Gregory Peck decía que, cada vez que le enviaban el guión de una comedia, tenía la impresión de que Cary Grant lo había rechazado previamente. Y fue eso precisamente lo que sucedió con Vacaciones en Roma. Grant consideraba que la protagonista absoluta del film sería la actriz que interpretara a la princesa Ann –actriz que estaba por determinar– y su partenaire masculino sería una mera comparsa.
A pesar de que estaba en lo cierto, Peck aceptó el papel. Lo que no podía predecir este actor era que la princesa sería la debutante, al menos en Hollywood, Audrey Hepburn. Sin embargo, un actor con el talento y la generosidad de Peck, no tuvo más que reconocer que el estrellato de Audrey Hepburn era imparable, y que era absurdo destacar su nombre sobre el de la actriz en el cartel que promocionaba la película.
De hecho, pidió que se les pusiera al mismo nivel y anunció que ese año ella ganaría el Oscar a la mejor actriz. Y no se equivocó. Audrey Hepburn no era la primera opción de William Wyler.
En realidad, el director había pensado en Elizabeth Taylor o Jean Simmons, pero ambas actrices estaban inmersas en otros proyectos.
La experiencia de Hepburn en Estados Unidos se limitaba a la interpretación de Gigi en Broadway, por lo que la actriz tuvo que pasar la prueba de rigor en la que se adivinaba que había nacido una estrella.
Audrey Hepburn era diferente: una elegancia innata, un físico algo andrógino y, a la vez, sumamente femenino, y una sencillez que percibíamos verdadera y cercana, alejada del estereotipo hollywoodiense. Sin duda, ella es la protagonista de Vacaciones en Roma, pero a partir de esta primera película su sola presencia iluminaría la pantalla de todos los largometrajes en que apareciera.
Por supuesto, la compañía de un actor sobrio como Gregory Peck ayuda sobremanera en beneficio de la película. William Wyler demostró que era capaz (tal vez, «eficiente» es el adjetivo que mejor define la labor cinematográfica de este realizador) de dirigir una comedia romántica, con las dosis justas de humor y romanticismo. El resto de personajes están perfectamente encarnados, sobre todo, Eddie Albert como fotógrafo vividor. Sin embargo, es la ciudad de Roma la que alcanza un protagonismo digno del tándem Peck/Hepburn.
Ciertamente, Roma nunca ha sido tan ciudad eterna como en esta película.
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