martes, 1 de marzo de 2011

Cómo robar un millón...











...es una película atípica. Es cierto que su temática es muy propia del cine que se estaba haciendo a mediados de los 60, pero tiene algo de joya perdida: las filmografías de Wyler la pasan por encima, no es una de las películas más conocidas de Audrey Hepburn y, en el caso de O'Toole, es casi como si no la hubiese hecho. El reparto de secundarios es tan brillante que no se sabe por quién empezar (el hilarante Moustache, Jacques Marin, Charles Boyer...), pero rara vez aparece mencionado en las fichas del filme.




El argumento es ingenioso: Nicole Bonnet (Audrey Hepburn) es la hija de un acaudalado falsificador de arte (Hugh Griffith) que vive cómodamente en París. Sus falsos cuadros se venden por cantidades astronómicas en todas las subastas especializadas. Cuando un museo de la ciudad le pide que ceda la Venus de Cellini (de la que es propietario) para una exposición, accede. Después de todo, también es una obra falsa, una escultura tallada por su abuelo. El problema se presenta cuando el museo asegura la obra y anuncia que, como mero trámite, la hará examinar por un buen perito. Si es así, la tapadera del señor Bonnet desaparecerá y su reputación como coleccionista de arte también. Alguien debe robar la Venus antes de que sea estudiada. Nicole convence a Simon Dermott (Peter O'Toole), a quien cree un experto ladrón. En realidad, Simon es un experto en arte que trataba de desenmascarar a Bonnet, pero accede a regañadientes porque está enamorado de Nicole. Planea el robo con una astucia digna de mejor causa y la pareja se lleva la Venus falsa, no sin provocar el desconcierto más absoluto entre los guardias del museo. La escultura termina en manos de un codicioso millonario norteamericano, interpretado por Eli Wallach, y la carrera del señor Bonnet acaba... o eso parece.


Agradable, pero sin sustancia. La trama es divertidísima, la pareja protagonista se compenetra a la perfección (Peter O'Toole borda su papel con numerosos guiños a Cary Grant), el suspense, la comedia y el romanticismo están equilibrados con gusto, la comicidad está presente desde el principio hasta el final y el conjunto es tan elegante como entretenido. La impronta del director está muy clara: Cómo robar un millón es una comedia, pero una comedia a lo Wyler, pausada. El ya veterano regidor estaba terminando su carrera pero aún tenía necesidad de experimentar, de probar cosas.




Cuando William Wyler aceptó dirigir Cómo robar un millón en 1965, ya no tenía necesidad de demostrar nada. Llevaba en el oficio treinta años, había ganado tres Oscar y había llevado a buen puerto películas de la talla de Vacaciones en Roma (1953, con Audrey Hepburn) o Ben Hur (1959), por mencionar sólo dos. Era considerado un cineasta de prestigio, un pionero de los estudios de Hollywood, un maestro. Para Wyler, aceptar Cómo robar un millón no suponía ningún problema... pese a que no estaba especializado en rodar comedias. ¿Quizá fue un reto para él?




La película se emparenta de lejos con otras dos que ya hemos comentado aquí. Tiene puntos en común con Charade y Arabesque, aunque éstas tienen mucho menos de comedia y más de suspense. Cómo robar un millón sí es una comedia, y es ese estilo ligero el que hace que sea encantadora. Además, cuenta con unos cuantos puntos fuertes que la convierten en una belleza visual: exteriores reales en París, Audrey Hepburn con vestuario de Givenchy y lujo, una clase lujo que ya habíamos visto en muchas otras películas de William Wyler y que aquí está muy bien representado por el aspecto más chic de la capital francesa (hoteles caros como el Ritz, maravillosas villas, el último modelo de coche deportivo, la alta sociedad y todo lo que va asociado al glamour más fino).




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