miércoles, 25 de mayo de 2011
jueves, 12 de mayo de 2011
Los que no perdonan
Según declara el propio Huston en su biografía, ésta era una película que no podía soportar. Volvemos a lo de siempre: el autor suele ser el crítico menos confiable de su propia obra. Porque él tendrá en cuenta los problemas que le supuso, las incómodas presiones que sufrió, las diferencias con el resto de profesionales...; y éstas son cosas que al espectador, salvo que sea uno de esos mitómanos más preocupado por la rumorología y cotilleos que rodean a la película que por esta misma, le deberían importar muy poco. Esta vez los problemas los tuvo con Burt Lancaster, que aquí ejercía también de productor, quien, en opinión de Huston —y en parte estoy de acuerdo—, impidió que se aprovecharan mejor la conflictiva relación entre los hermanos y la figura del indio secundario, entre otros aspectos, y exigió dar más protagonismo a la historia de amor. Otro motivo, más importante aún si cabe, fue el sentimiento de culpa por el grave accidente que tuvo Audrey (más abajo, en la sección de Curiosidades, explico mejor el percance).Lo que ya no soy capaz de justificar o explicar es la abismal diferencia entre mi opinión y la de aquellos críticos estadounidenses que vapulearon la película el día de su estreno. Dejo la labor en manos de algún otro usuario cuya perspectiva haya encontrado más fallos que la mía, que seguro que lo hay, y también tiene su derecho a expresarse.Por otra parte, independientemente del guión, reconozco que hay tramos en los que veo al director bastante perdido. Para mi gusto, la presentación, sobre todo en lo que toca a la muchacha interpretada por Hepburn, llega a ser tan cursi como la peor de las navidades en 'La casa de la pradera'. El asedio de los indios se alarga demasiado y no se cierra elegantemente, hay tres o cuatro incoherencias —por ejemplo: los indios caen como moscas; las mujeres, que en ningún momento han sido presentadas como pistoleras, disparan a matar con una sangre fría impropia de un ser humano—, y la música no la encuentro especialmente inspirada.
miércoles, 11 de mayo de 2011
Historia de una monja
Si hay algo que este drama de Zinnemann nos comunica con fuerza, es que lo único que podemos hacer es ser quienes somos.No sirve de nada engañar a los demás y tratar de engañarnos a nosotros mismos, pretendiendo ser alguien que no podemos ser.Muchas de las decisiones que tomamos implican compromisos, renuncias, bendiciones, sacrificios, alegrías y sufrimientos, en distintas proporciones. Una mujer que se consagra a ser monja debe aceptar y hacer suyos el compromiso, la renuncia, el sacrificio y el sufrimiento, recibiendo a cambio las bendiciones y las alegrías que conlleva la recompensa espiritual y divina. Librará una lucha constante para despojarse de su orgullo, de su vanidad, de su amor propio, de sus deseos carnales y de su rebeldía. Tendrá que esforzarse cada día por ese camino de perfección lleno de humanas imperfecciones, tendrá que tropezar mil veces para levantarse mil veces y seguir. Porque el orgullo, la vanidad, el amor propio, los deseos carnales y la rebeldía son como los pulmones, como el corazón, como todos los órganos vitales. Están tan presentes y tan arraigados en nuestro espíritu como los órganos lo están en nuestro cuerpo.Por ello, el camino de una esposa de Cristo no es como caminar por la ininterrumpida paz de un túnel de luz cegadora. Puede llegar a ser un camino lleno de zarzales espinosos que rara vez ofrece paz interior. Porque la verdadera virtud de quien se consagra a Dios no es la imposible posesión de la perfección del alma, sino su búsqueda incansable. Sabiendo que la lucha será perpetua y aceptándola como la parte más difícil del sacrificio.Tratar sin tregua de vencer los mundanos impulsos y sentimientos. Sin lograrlo completamente, pero domándolos y controlándolos cada vez con mayor eficacia, gracias a la ayuda de la experiencia, de la fuerza interior y, sobre todo, de la verdadera vocación. Puede que esto último sea lo más esencial para lograrlo.Zinnemann, por medio de la batalla interna de la hermana Lucas, nos muestra una de las cosas más complicadas en esta vida: encontrarte a ti mismo.
jueves, 5 de mayo de 2011
Lástima: ¡Sólo era un cuento!
El final, como digo, es sensacional; pero tengo que reconocer que es la ostia más grande que me han dado en el costado izquierdo desde que me dejo mi propia novia. Ese travelling, con Peck caminando de espaldas al pasillo, dirigiéndose a la resignación, es el momento que mayor angustia he pasado en mas de mil películas. Peck camina, dando la espalda a la puerta por la que la reina Ana acaba de salir, avanzando por un pasillo desierto, custodiado por guardias protocolarios, y mientras, el espectador no puede dejar de desear, de anhelar, que Ana regrese, corriendo, rompiendo las reglas de su vida, haciendo caso de su corazón, y no de su cabeza, a los brazos de Peck. Al final del pasillo, una última mirada atrás de Peck, acompaña la vista del espectador.Pero no, Ana no aparece. No podía ser. La cabeza, las reglas, ganan. Ana no sale, y Peck se va. Fin. Y yo que lo sentí tanto como si el que hubiera perdido a Audrey hubiera sido yo. Qué se le va a hacer. Al fin y al cabo, solo era un cuento.